viernes, enero 05, 2007

iLove


Aquí en el litoral del Maresme, es bastante normal que en pleno invierno, tengamos días primaverales como el de hoy. Por esa razón he decidido almorzar en un restaurante del puerto Balís de Llavaneras. Un sol radiante y una cálida temperatura invitan a comer en la terraza frente a los veleros amarrados. Siempre he dicho que mis comidas solitarias no son obligadas sino todo lo contrario forman parte de una convencida elección personal. Son mi acto de contricción diario, en un momento especial y agradable donde percibo el despertar de mis sentidos y un estímulo a mi creatividad (tengo amigos que el momento más aislado e inspirador del día son aquellos veinte minutos que se encuentran sentados plácidamente en la taza del WC). Es por esa razón entonces, que no me gusta leer mientras como ni comer mientras leo. Mi entorno sin embargo, no pasa desapercibido. Soy profesional de comer en solitario pero no soy fisgón, aunque a veces me divierte y entretiene fantasear mis propias películas, mientras voy observando a la gente que está sentada cerca de mi mesa.
Esta vez se sientan a mi lado una pareja de unos treinta años. Nada particular ni nada que hiciera desviar mi atención mientras leo el menú, dudando entre unos langostinos o una brochette de rape, hasta que mi lectura gastronómica se ve alterada porque escucho:
-Eres un hijo de la gran puta- le dice la mujer a su pareja- Sí. ¿Me has oído? un hijo de la gran puta.
A partir de este momento mi lonely luncheon ya se ha desvanecido. Si una mujer lanza una punta de iceberg a un hombre acusándole de ser un hijodelagranputa, aquí tenemos una historia digna de portada.
Esa mujer, que está de buen ver, sigue mirando fijamente a su pareja mientras que él, con gafitas de intelectual, continúa leyendo la carta del restaurante sin inmutarse lo más mínimo.
Obvio, pienso. El hombre acaba de ser descubierto en una infidelidad y ella lo está increpando. Pero, ¿porqué no lo niega? ¿porqué no reacciona?. Ni una mirada de censura, ni un resoplido de perder la paciencia, ni un rictus de mala leche. Nada.
-Cabrón, cabrón, cabrón. Eres un auténtico cabronazo -prosigue la mujer- Mientras llega el camarero para anotar los platos y ella, muy alterada, ni siquiera ha tenido tiempo para abrir y leerse la carta.
Mi felliniana fantasía vuela otra vez y me imagino una escena de manual: la mujer lo ha descubierto con su secretaria y él, cabronazo profesional, lo negará hasta la muerte.
Y mientras nerviosa, ella busca sin pensarlo cualquier plato improvisado, el hombre se dirige al camarero que aguarda con cara de merluzo, block y bolígrafo en mano y le pregunta:
-¿Tienen ustedes champagne francés?
-No insistas con la mariconada del champagne, cabronazo, que no lo pienso beber- interrumpe ella.
A todo eso, mi admiración es comprobar toda la calma y sangre fría de este hombre, que siendo increpado, insultado y vilipendiado, continúa sin mover una pestaña.
Mi primer y segundo plato han pasado casi inadvertidos pues la pareja ha conseguido hipotecar mi almuerzo.
Se descorcha el champagne, se sirve y observo por el rabillo de mi ojo un inesperado chin chin.
-No insistas más en ese tema, cariño -dice finalmente el hombre- Te quiero.
-Oh, amor mío! es que no lo puedo evitar -le contesta ella temblorosa y con cara de corderillo degollado- Yo también te quiero.
Bueno. Eso me pasa por ser un voyeur de mesas ajenas y me está bien empleado. Ahora estamos en la generación iPod, también está iTunes y me pregunto si también lo es del iLove.

1 comentario:

mharía vázquez benarroch dijo...

Nada es lo que parece mi querido Joanet, y en estos tiempos de nano segundos tampoco el amor es lo que parece...mientras yo me preparo para los reyes, que aquí en Venezuela es una costumbre de los hijos de inmigrantes españoles con un murrió per els camells, ben ple d'herba, una galleda a vessar d'aigua, i una caixa de galetes amb una ampolla de llet.
deu meu amic.