miércoles, enero 06, 2010

Saki-Ika, Alien o momia de calamar



  La primera vez que probé calamares secos fue hace unos diez años. Mi amigo y buen cocinero Takashi, los  limpiaba y colgaba en el tendedero de ropa de su casa, ante el desespero de su mujer y la perplejidad de unos vecinos ante tal alienigena colada.
Desde entonces, y hasta que su mujer finalmente le convenció de que los calamares no se debían colgar en el tendedero, por la tranquilidad anímica de los vecinos, ya no volví a probarlos. Hasta ayer que Kazuyo, recién llegada de Tokio y a sabiendas de lo que me chiflan, me obsequió una bolsa con cuatro grandes e impresionantes momias de calamar.
Los Saki-Ika son calamares secados al sol. Una sabia manera de conservar cefalópodos o peces en tiempos en los que no existía el frigorífico y había que recurrir al secado natural o a la salazón. Se comen sin ablandar, asados directamente a la parrilla y no demasiado cocidos. Al mantener aún su condición de momia, resultan bastante correosos, por eso hay que comerlos desmenuzándolos con los dedos ya que con cuchillo puede resultar algo complicado. Se acompañan con salsa mahonesa y salsa de soja. No poseen la entidad de un plato, hay que considerarlos como un aperitivo o incluso un snack.
Me recuerdan a Alien pero saben a mar. A mar seco, claro. Pero pertenecen a este grupo íntimo de sabores remotos que consiguen transportarme en el tiempo.
Aunque no recuerdo haber lamido nunca la quilla de un viejo barco en el varadero.