martes, abril 17, 2007

Toro bluefin


De nada ha valido que repasara la lista de nuestros mejores modistos gastronómicos: Ferrán Adriá, Juan Mari Arzak, Jaume Bargués, Martín Berasategui, Iñaki Camba, Isidre Jirones, Toñi Viente, Pedro Larrumbe, las hermanas Reixach, Carme Ruscadella, Pedro Subijana... ahora resulta que la mejor cocina del mundo es la peruana. Ya pasó lo del glamour culinario francés, las espumas creativas del Bulli y el radicalismo japonés, porque ahora Perú está de moda. Si quieres estar en la cresta de la ola gastronómica tienes que afirmar que después de cinco mil años de historia con influencia inca, española, norteafricana, italiana, china y japonesa, la gran catársis culinaria se ha producido en el multiétnico país del Machu Picchu. Hoy he comido con alguien que se autodenomina gourmet profesional y me lo ha querido contar todo, tanto si yo quería como no. Se ha extrañado que siendo como soy, un aficionado gastrónomo, no hubiera ya averiguado las exquisiteces culinarias que se producen en el amazónico Perú. Yo no he podido por más que escuchar entre boquiabierto y cara de merluzo, la doctoral serenata que me ha obsequiado mi contertulio.
Todo eso pero, me da que pensar que la cocina es, como la literatura, otra manera de crear mundos imaginarios. Y lo que se come no sólo es parte de la naturaleza sino de la cultura. Las papilas gustativas de nuestra lengua , aunque ayudadas por el olfato, solo pueden distinguir cuatro sabores básicos y sus combinaciones entre si: el ágrio, el dulce el salado y el amargo. A partir de aquí, funciona la vista y el proceso cultural. Desde justificar la crueldad de matar para comer, hasta el ritual en descorchar una botella de reserva. Si, ya se que a partir de un doremifasol-lasido, se llegó a componer la quinta sinfonía, pero eso aún avala más mi tesis: no hay paladares sabios sino alambiquismo cultural. Los platos, frente a otros elementos que ayudan a describir la vida cotidiana, son perecederos, desaparecen al consumirse. Por esto resulta tan difícil reconstruir los hábitos alimentarios de nuestros antepasados remotos sin recurrir a testimonios literarios e incluso a nuestro refranero.
Aún así me he quedado con ganas de probar esta penúltima extravagancia de los paladares cultos: la cocina del Perú. Que a pesar de mi compañero de mesa, seguro que es exquisita.
Y todo esto sucedía mientras degustábamos un sashimi de toro. Esa grasa, esponjosa y dulce ventresca del atún.

lunes, abril 16, 2007

Marmitako












Esanen dute

hau
poesia
eztela,
baina nik
esanen diet
poesia
mailu bat
dela.
(Gabriel Aresti)
Los vascos se autodenominan euskaldunak, que significa hablantes de la lengua euskara. Se dice sobre su origen que el euskara viene de una primitiva lengua hablada por los iberos, se dice también que proviene de las antiguas lenguas caucásicas, y también se le supone un orígen bereber. Antiguamente se hablaba euskara en toda la Aquitania, conocida como la vasta región que forma Burdeos. Aunque muchos piensan lo contrario, el euskara es una hermosa lengua muy sonora y agradable que posee un sistema de verbos muy regulares. También es sin embargo, una lengua aislada que no tiene parentales conocidas, ni tiene ninguna relación con el latin, el griego ni con las lenguas germánicas. Por estas y por muchas otras razones, el euskara ha sido una lengua secularmente prohibida y perseguida. Aunque en este blog me expreso en español, mi lengua materna y mi pensamiento, es en catalán. Otra lengua que posee una relación estructural directa con el latín, pero que es minoritaria. Razón por la que siempre he tenido gran curiosidad y simpatía por el euskara.
Y hoy, he aquí un auténtico plato marinero, típico de los arrantzales vascos. A bordo, con poco espacio, el cocinero se servía de su marmita para cocer el pescado, con unas patatas y poco más para así dar de comer a la tripulación. Sencillo, básico pero exquisito. El marmitako nació con los antiguos pescadores y hoy es el orgullo de los restaurantes que dicen saber prepararlo. Antiquísimo como es, existen muchas versiones que están más en en las proporciones que en su propia fórmula que, como antes he dicho, es muy simple:
Se limpia y se trocea un bonito en dados. Con la cabeza y las espinas se hace un fumet. Damos un hervor a un par de pimientos choriceros y los dejamos en agua hasta que se vayan a usar.
Poner al fuego la marmita con aceite y echar una cebolla y dos pimientos verdes, finamente picados. Rehogar durante unos cinco minutos y antes de que se doren, se echan las patatas cortadas en dados, mezclándolo todo. Se cubre con el fumet y se deja hervir a fuego lento hasta que las patatas estén cocidas. Entonces echar los tacos de bonito, manteniendo el hervor a fuego lento. Pasar los pimientos choriceros por el pasapurés, echar el puré resultante en la marmita y dejar que hierva todo a fuego lento durante no más de diez minutos.
On egin dagizula.
Buen provecho.
Bon profit.

viernes, abril 13, 2007

Bife de chorizo


Sólo los argentinos pueden afirmar que su carne es totalmente natural y una de las mejores del mundo. Sus reses, las Aberdeen Angus, Hereford y Shorthorn, no conocen los establos porque nacen, crecen, corren y comen en plena libertad de las vastas estancias pamperas. Además, a mi entender, el corte de carne argentino es magistral. Afortunadamente tanto el bife, como la tira y tapa de asado, el matambre o la colita de cuadril, se pueden encontrar desde hace varios años en España, recién llegados de la Pampa, para saborearlos en cualquier asador argentino o en casa.
Hoy he celebrado mi lonely lunche con un queso provoletta a la parrilla mientras esperaba a que mi bife de chorizo estuviera en su punto. No podía faltar la salsa chimichurri y he acompañado al bife con un excelente Merlot de las bodegas argentinas Alfredo Roca. De postres, un mate. O sea que, para chuparse los dedos. Dicen que el origen de «para chuparse los dedos» se remonta a la época los gauchos cuando, en plena Pampa, su único instrumento para comer y de defensa era un cuchillo llamado facón. Cortaban la carne del asador, la sostenían con la mano y se ayudaban del facón para cortar trozos pequeños que llevarse a la boca.
Hacia el siglo XVII, nacieron estos vaqueros aún sin nombre, que alternaban la vida sedentaria de las estancias con las acechanzas de la vida nómada y aventurera. La palabra gaúcho de origen portugés significa peyorativamente, malhechor. Lo peculiar del gaucho argentino fue, por un lado, su naturaleza errante, y por el otro, su condición de alzado o fugado de la justicia. Razones estas que originaron, en cierta forma, dos arquetipos de gaucho: el real y el literario.
Uno de los primeros creadores de la mítica gaucha fue Hilario Ascasubi que en 1850 hizo la primera definición de estos intrépidos pamperos: "El gaucho es el habitante de los campos argentinos; es sumamente experto en el manejo del caballo y en todos los ejercicios del pastoreo. Por lo regular es pobre, pero libre e independiente a causa de su misma pobreza y de sus pocas necesidades; es hospitalario en su rancho, lleno de inteligencia y de astucia, ágil de cuerpo, corto de palabras, enérgico y prudente en sus acciones, muy cauto para comunicarse con los extraños, de un tinte poético y supersticioso en sus creencias y lenguaje, y extraordinariamente diestro para viajar en solitario por los inmensos desiertos del país, procurándose alimentos, caballos, y demás con sólo su lazo y las bolas."
José Hernández culminó la poética del gaucho con la creación de quizá el libro más famoso de la literatura argentina: El Gaucho Martín Fierro.
Convertida la figura del gaucho en portador del sentimiento nacional argentino, la literatura posterior abundó en idealizaciones y mitificaciones que explotaron el filón creado por José Hernández.
Quede pues el bife de chorizo en un alto pedestal, siempre y cuando la materia prima haya sido criada en la Pampa y por los mismos gauchos, aunque hoy en día, en lugar de un afilado facón, lleven en el cinto un Motorola.

jueves, abril 12, 2007

Pez espada en salsa verde


Al igual como ocurre en la corrida, el pez espada presenta una de las luchas más encarnizadas y brutales que existe en la absurda pesca deportiva. Al igual que el toro, el pez espada, animal noble y agresivo , defiende su dignidad salvaje dándose incluso el caso de que, una vez ya dado por vencido y abarloado para ser izado a bordo, arremeta en última instancia contra la embarcación, clavando profundamente su afilada espada en el casco.
Y al otro lado, en el polo opuesto a los ricos pescadores deportivos con yates tecnológicos, está el viejo y tenaz pescador cubano inventado por Ernest Hemingway que supo contarnos como nadie la lucha y el amor que sienten los otros pescadores por la mar. La historia de un viejo pescador que habiendo vivido toda su vida a merced de una mar a la que le debe todo y que, después de ochenta y cuatro días sin pescar nada, de repente, mientras está solo con su barca en la mar, un enorme pez, se engancha a su cebo .
Se trata de un gigantesco pez espada. Horas más tarde, el pez sube hasta la superficie del agua, salta, mira al viejo pescador y arrastra su barca mar adentro. El viejo con sufrimiento, consigue sostenerlo con el sedal enrollado alrededor de su cuerpo. Ya no hay tierra a la vista. Horas y horas mar adentro el viejo aún sostiene en su línea al pez más grande que jamás había visto en su vida...
Mi lonely lunch de hoy ha sido pez espada a la grilla con salsa verde. Un pez que no suelo comer a menudo aunque admito que la calidad de su carne, compacta como el atún y aromática, es muy agradable.
Soy un comedor de peces. Y reitero además, que como más me gustan son crudos. Otra cosa pero, es pescarlos. Aunque la mar es una parte muy importante de mi vida, confieso que nunca me ha gustado la pesca.

miércoles, abril 11, 2007

Travel-mate


El vuelo de Madrid a Argel ha durado poco más de una hora mientras que para regresar a Barcelona calculo que voy a necesitar unas cincuenta y dos. Mi plan de viaje es hacerlo de una tirada y sin escalas, lo que quiere decir que saliendo del puerto de Argel, hay que arrumbar a la isla de Tagomago en Ibiza y desde allí poner rumbo a Port Balís en Llavaneras para cubrir un total de trescientas diez millas.
Esta vez tampoco viajo en solitario, me acompaña Bombay, un can muy listo que solo tiene un año, pero cuenta ya con una dilatada experiencia marinera.
A las 22:30 cumplidas todas las diligencias portuarias, habiendo llenado el depósito de combustible y compradas provisiones para los próximos dos días, zarpamos Bombay y yo del puerto de Argel. El viento del Este me permite poner momentáneamente rumbo directo a Tagomago, mientras el parte metereológico argelino, anuncia marejada con áreas de fuerte marejada. El cielo está cubierto y ya llevo puesto el traje de agua. En las primeras tres horas de viaje, me encuentro con un considerable tráfico marítimo, principalmente mercantes, que me obliga a permanecer atento al radar y a los prismáticos. Teóricamente los barcos propulsados solo por el viento tenemos total prioridad de paso, pero la práctica demuestra que no es así. Ningún mercante o petrolero suele modificar su rumbo para dejarte pasar. Luego y para seguir con la tónica de este viaje desde que empezó, está cayendo un fuerte aguacero que durará toda la madrugada. Bombay hace ya un buen rato que duerme enrollado como una ensaimada, en el sofá de cabina. Esta es mi primera noche de guardia. Me la paso tomando café con leche y galletas.

Para mi, el momento más crítico de una guardia después de haber pasado toda la noche sin dormir, se produce justo a la salida del sol. Y hoy el Orto, que no he podido ver a causa de las nubes, se ha producido a las seis en punto. A esa hora y con los primeros albores, se suma el sueño con el frío y con el desánimo. Para romper esta rutina y superar el trance, me preparo un par de huevos fritos con bacon que perfuma intensamente toda la cabina y despiertan al grumete Bombay. Hemos navegado cincuenta y seis millas, la mar se mantiene en marejada y parece que va a menos. Después de desayunar me pongo al portátil para escribir estas líneas mientras escuchamos músicas de antaño.

Hacia las dos de la tarde, cuando llevamos cien millas navegadas, arrecia un viento fuerza cinco del primer cuadrante que me obliga a ceñir mucho la embarcación para mantener el rumbo mientras los chubascos se suceden uno tras de otro. Una manada de delfines ha tenido muy ocupado a Bombay que no ha parado de ladrarles. Estaba tan alterado saltando en la resbaladiza proa de la amura de babor a la de estribor que he temido por un instantante que pudiera caer por la borda. Hasta que los delfines no han desaparecido, no he conseguido persuadir al mojado perrito para que regresara a una zona más segura. Mi lonely lunche de hoy se ha resuelto con un socorrido roast beef y puré de patatas acompañado de un rioja reserva. De postres, un buen trozo de Roquefort para terminar el vino; afortunadamente en la mar no hay controles preventivos de alcolemia. A las seis de la tarde, el ploter me indica que estoy a quince millas al sudeste de Formentera, pero un fuerte aguacero me impide ver nada en dos millas a la redonda. La mar está plomiza y la marejada no ha amainado pero tampoco ha aumentado.

A las 20:00 y divisando por babor las Pitiusas en el radar, me sobresalto por un estruendo seco al tiempo que el barco se adriza. Subo disparado a cubierta y veo la botavara totalmente suelta, y sobre el través. La presión y sobrecarga producida por el viento, ha roto el grillete que trinca la escota de la mayor y la botavara se ha soltado. Doy un suspiro de alivio, pues no es la primera vez que me ocurre este percance. Viro la proa al viento, cobro la botavara, la trinco provisionalmente con un cabo para que no de bandazos y bajo a la cabina a buscar un grillete de repuesto en la caja de herramientas. Una vez trincada la mayor y recobrado el rumbo, me tomo un buen trago de whisky de malta, directamente de la botella, para contrarestar el subidón de adrenalina. Ahora hay que prepararse para la próxima noche. Estoy bastante cansado y voy a intentar dormir aunque solo sean dos horas. Por lo cual activo una alarma en el radar que me avisará en caso de que cualquier objeto se acerque a mi barco a menos de dos millas. Aunque el sistema es muy práctico, tiene el inconveniente que la alarma no es excesivamente estridente por lo que, si caigo en un profundo sueño, temo no poder oirla. A medianoche, después de cenar una tortilla con pimientos del padrón, libro la isla de Tagomago por babor y arrumbo hacia nuestro segundo y último waypoint en Puerto Balis.

La alarma ha sonado un par de veces y ha conseguido despertarme. Eran avisos de proximidad sin importancia pero hacia las tres de la madrugada un fuerte golpe en cubierta me ha despertado de un sobresalto. Bombay que también lo ha oído, ladra sin parar. Subo rápidamente con la linterna y compruebo que en cubierta hay un pez volador dando tumbos. Me tranquilizo otra vez y con la ayuda de un bichero, lo devuelvo de nuevo a la mar. El can un tanto asustado no ha subido a cubierta y ha permanecido en cabina; se atreve con los delfines pero le asusta la negra noche. Yo esta vez no tomo ningún buen trago de whisky para calmar el subidón de adrenalina porque a esas horas me daría un buen ardor de estómago. Ahora mientras tenemos Mallorca a unas quince millas por estribor, diviso por popa el faro de la Dragonera y, por primera vez , la noche es clara y limpia. Por el través de estribor se divisan los rayos de una tormenta lejana que consiguen dibujar las altas montañas de Mallorca encima del horizonte. El viento ha perdido intensidad y la velocidad del barco ha disminuido ligeramente.

Después de cuarenta y seis horas de navegación, seis menos de las previstas, a las 20:00 de hoy martes, amarro mi barco en el pantalán de Port Balís. Estamos de nuevo en casa y Bombay está ansioso por saltar a tierra. He terminado mi relato rápidamente porque aunque intento sintetizar lo máximo posible, finalmente me ha quedado un salmo excesivamente largo para un blog.
Ha sido una experiencia con poco lunch pero bastante solitaria, ya que considero a Bombay como parte de la tripulación.

miércoles, abril 04, 2007

Pèsols de Llavaneres


En la costa del Maresme barcelonés, en el triángulo formado por las poblaciones de Mataró, Sant Andreu de Llavaneres hasta Arenys de Mar, en una zona de cultivo muy reducida podemos encontrar una variedad de pèsol (guisante) muy particular con un sabor extremadamente dulce. Es el llamado pèsol garrofal. Un suelo silicio y arenoso, junto al mar, hace posible este característico y ya famoso guisante. Su recogida es ahora, en abril y los dos platos más típicos para degustarlos son los pèsols ofegats de Llavaneres y los pèsols con sepia y patatas que podemos encontrar en prácticamente todos los restaurantes de la zona durante este mes ya que se organiza todo un circuito gastronómico de degustaciones alrededor del guisante. Cada año, durante muchos abriles, me he dedicado a probarlos en distintos restaurantes para comparar. El guisante es tan bueno que soporta todas las diferentes versiones de la fórmula tradicional, pero para mi gusto, donde mejor los hacen es en el restaurante del Club de Golf de Llavaneres. Sinceramente insuperables. Un pequeñísimo restaurante con una privilegiada vista sobre toda la Costa del Maresme. Un entorno ideal para saborear esta curiosa y antigua semilla verde.
Los guisantes rehogados se elaboran de la siguiente manera: Se desgranan los guisantes garrofal y se ponen en una olla con solo medio dedo de agua. Añadimos cebolla tierna cortada, media cabeza de ajos cortaditos, una butifarra negra y otra blanca y un trozo de tocino. Añadimos un chorrito de aceite de oliva y sal. Tapamos muy bien la olla y cocemos a fuego lento, sin remover demasiado para no romper los guisantes. Cuando empezamos a sentir el 'olor' miramos si están ya cocidos. Estos pèsols se hacen con muy poca agua porque se cuecen con la suya propia.
Buen abril y buen provecho.

martes, abril 03, 2007

Bacalao con berza gallega y crema de calabaza


Hoy en Barcelona es un día lluvioso y gris. Me dicen que hace tres días que no para de llover. Después de mi periplo marinero y de nuevo en mi ciudad, no he tenido mejor idea que ir al restaurante de mi amigo Ochi. De primer plato, he comido un sashimi de atún acompañado de cebollita y arroz. De segundo plato, bacalao fresco con berzas recién llegadas de Galicia y crema de calabaza. La berza es una variedad del repollo (brassica oleracea) muy característico de Galicia. Por su alto contenido azufrado los griegos y romanos ya le otorgaban la propiedad de favorecer la digestión y de atenuar las consecuencias negativas de la ingesta de alcohol. Con la berza se elabora el famoso caldo gallego. Nunca antes había probado su sabor ligeramente amargo acompañando a un dulce filete de bacalao y me ha parecido una combinación exquisita. Un menú ideal para un día de primavera muy gris.
Mi barco, fiel compañero, que permanece amarrado en un desconocido muelle del puerto de Al-Jazair, espera mi regreso, para que lo retorne a su pantalán de Port Balís. Mientras comía he estado pensando que a pesar del fuerte temporal sufrido en la travesía de Formentera a Argelia, ni un solo instante dudé de su capacidad marinera. Navegó noblemente y se defendió muy bien de la embravecida mar. Una razón muy importante, para ir a rescatarle lo antes posible, navegar las trescientas cuarenta millas de regreso y tenerlo otra vez amarrado, pero esta vez, bien cerca de mi.

lunes, abril 02, 2007

Couscous


A duras penas, pero ya estamos en Argel.
Mis amigos y compañeros de viaje regresarán precipitadamente a su paraíso balear en cuanto encuentren un billete de avión ya que Marta, con un color facial cercano al verde, se encuentra muy mal, debido al terrible mareo que ha sufrido durante la travesía y que la ha dejado totalmente fuera de combate. Su marido Keith, aunque algo mejor, dice que su cuerpo ya no está para esos trotes.
Total: me quedo de nuevo solo, como siempre.
Poco después, también tomo la decisión de que, una vez consiga dormir ocho horas sin parar, iré a un buen restaurante, comeré un couscous y volveré a Barcelona en avión para pasar la Pascua con mi familia. Luego, el sábado o domingo próximos, regresaré a buscar mi barco y lo llevaré a su puerto de origen: Port Balís.
En Argelia, el couscous está considerado el plato nacional. Su principal ingrediente la sémola de trigo, se combina con carne de pollo o cordero, verduras o huevos. Yo hoy he decidido que mi lonely lunch sea el couscous de verduras.
La sabrosa gastronomía argelina, nos ofrece otros platos deliciosos:
El burek, un hojaldre relleno de carne, huevos fritos y cebolla, es un plato de sabor y textura sorprendente. Si preferimos algo más ligero, tenemos el dolma, elaborado con pimiento y tomate. El kemia también lleva tomates y zanahorias , aunque yo prefiero el relleno de judías y sardinas, mucho más sabroso.
El cordero es también muy representativo del país. El lham liahlou, un guiso de cordero con ciruelas, canela y azahar que he pedido de segundo plato, estaba buenísimo pero no me he podido terminar.
El lunes por la tarde, cojo mi Mac portátil, cierro el barco y me voy directamente en taxi al aeropuerto.
Mañana, mira por donde, comeré un buen sashimi en cualquier japonés de Barcelona.

domingo, abril 01, 2007

Gin & tonic


Aunque la previsión metereológica indica marejada con zonas de fuerte marejada, a las 16:00 de hoy sábado zarpamos finalmente del puerto de la Savina en Formentera, con rumbo a Al-Jazair en Argélia. Me acompañan mis amigos, Marta y Keith. Cuando doblamos el Cabo Barbaria un viento favorable del sudoeste con fuerza 4 nos permite arrumbar directamente a nuestro destino. Escoramos moderadamente mientras calculo que de mantener esta velocidad, llegaremos a la costa argelina en tan sólo veinte horas; o sea mañana domingo, al mediodía. El cielo está totalmente cubierto de nubes y en proa ya distinguimos varios chubascos que estamos a punto de cruzar. La verdad es que el tiempo no me ha ayudado demasiado desde que empecé el viaje hace ya diez días. Tres horas más tarde, el viento rola tornándose un sur. Eso me obliga a ceñir más el rumbo, lo que aumenta nuestra escora y hace bastante incómodo desplazarse por el interior del barco. Aunque Marta y Keith tienen experiéncia en navegar a vela, me parece que la situación les inquieta un poco. Para subir la moral preparo tres gin tonics, que son mi especialidad: una lima entera exprimida en cada vaso, bastante ginebra, poca tónica y naturalmente hielo. Esta especie de gintonic-caipirinha, que sirvo en vaso pequeño, ha tenido siempre mucho éxito en mis tripulaciones. Y esta vez no ha sido una excepción porque todos hemos repetido. Con la moral ya alta, toca cenar. Propongo modificar el rumbo para aderezar el barco y poder comer con cierta comodidad en cabina, pero mi propuesta no tiene éxito. Mis amigos prefieren cenar solo de bocadillo y arriba, en la bañera; controlando la mar. A partir de medianoche haremos dos guardias de cuatro horas. La primera la haré yo, hasta las cuatro de la mañana. La segunda ellos dos, hasta las ocho.
Navegando en estas circunstancias, las horas de guardia en la bañera se hacen largas y frías. El viento en lugar de amainar, ha arreciado tornándose un sudeste y a medianoche, después de atravesar varios chubascos, ya había subido a fuerza 5. Como medida previsoria, antes de que Marta y Keith se fueran a dormir, hemos enrrollado un buen trozo de foque y un cuarto de la mayor y ahora el velero, pesar de la mar, navega mucho mejor. Hasta este momento la visibilidad ha sido mala ya que hemos navegado siempre por debajo de espesas nubes pero, de repente, en medio de mi guardia, se ha abierto un gran claro, que deja ver la luna y las estrellas. Como entretenimiento, decido recordar mi época de cálculos astronómicos de navegación y buscar la posición del barco con el sextante. Aunque la luna está practicamente llena y su efecto deslumbrante evita una buena observación de los astros, me permite sin embargo, distinguir perfectamente la línea del horizonte, por lo que bajo a la cabina, desenpolvo el sextante y localizo, en la constelación de Orión, a Betelgeuse. Marco su altura instrumental a la hora exacta. También lo hago con Spica en Virgo. Luego en cabina, ayudado con el Almanaque Náutico, y unas fórmulas, consigo mi posición estimada. Al contrastarlo con el GPS me sorprendo a mi mismo de la relativa poca diferencia que hay entre mi latitud y longitud estimada y la verdadera que está indicando el GPS. A las cuatro de la mañana y sin novedad, termina mi guardia y me voy a dormir. Me cuesta muchísimo conciliar el sueño. La adrenalina me mantiene en un estado de vigía permanente. Pienso en mis dos amigos con su cara desencajada de sueño, con frío en el cuerpo, y sufriendo los rociones juntos, agarrados a la bañera. Pienso en el increíble viaje en solitario alrededor del mundo de quién fué el padre de todos los navegantes solitarios: Joshua Slocum. A bordo del Spray, un velero algo más pequeño que el mío, navegó un increíble viaje de cuarenta y seis mil millas sin GPS ni radar, porque no existían. Sólo su gran valor, su tenacidad, su asombrosa resistencia física y espiritual y, desde luego, por encima de todo, su gran amor al mar, hizo posible una aventura así.
Desde mi camarote se oye el golpear de las olas contra el casco. Permaneceré así, con los ojos cerrados, pero no me dormiré.