miércoles, julio 29, 2009

Nécora tatuada


Mientras en el puerto de Peñíscola está cayendo una enérgica tormenta de verano, me encuentro sorbiendo y con perverso placer, pata a pata, una exquisita nécora. Su carne dulce y prieta, sabe a concentrado de mar. Los inmediatos y retorcidos truenos que preceden a los rayos, sobresaltan por instantes a todo este flujo de placer. En la mesa, tres hermosos ejemplares gallegos recién cocidos y servidos sobre una pequeña alfombra de hielo pilé. En el mariscado festín estoy acompañado por un corpulento mozo del pueblo, que se ha ofrecido a ayudarme encontrar un mecánico para el Volvo Penta de mi barco. La tormenta nos ha obligado a buscar rápida guarida en la pequeña taberna.
Mientras despiezo y chupo meticulosamente mi crustáceo, no puedo dejar de observar al acompañante, que frente a mi, está afanado en idéntica situación gastronómica. Naciendo en los nudillos de sus dedos con los que sujeta las patas de la nécora, creciendo por las muñecas, los brazos y antebrazos, cubriendo luego los hombros y muriendo hasta el cuello, a la misma altura de la yugular, exhibe todo un sinfín de entrelazados y difusos tatuajes que dan a su piel un aspecto liláceo y de reptil.

Llevas más tinta subcutánea que en la propia enciclopedia británica, le digo con cierta simpatía esperando no ofenderle.
-¿No te mola?, me responde mientras me enseña con orgullo su brazo derecho.
-No sé, traes tal entramado de temas y motivos que necesitaré un buen rato para descifrarlos. Eres un auténtico catálogo viviente del tattoo.
-He tardado cuatro años en conseguir esta apariencia. Además, también tengo tatuadas las piernas y muslos... Y mientras empieza a narrarme toda la historia, desde su primer tatuaje hasta el último, detecto en su piel ángeles exterminadores, signos corsarios, corazones espinados, motivos étnicos, asiáticos y tribales junto un cristo crucificado y cenefas de todo tipo. El resto que intuyo, ya no me es visible.
-¿Y si un día te hartas? le pregunto interrumpiendo su sórdida historia.
-No creo que me harte, pero de ser así, me tendría que transplantar todo el body, me contesta con ironía. No sólo dice estar orgulloso de toda su colección de tattoos sino que le encanta exhibirlos. Para él significan mucho más que simples entintados subcutáneos. Son el reclamo de su adquirida personalidad, estilo de vida y una manera de anunciarse. Por eso lleva puesto un apretado maillot blanco, cubriendo la mínima superfície de piel posible y permitiendo que toda la audiencia, pueda contemplar su ilustrada obra, por cierto, hecha por otros.
Aunque estamos en pleno apogeo de una moda, pienso que ninguno de esos tatuajes envejecerán junto a su propietario, cuando sea un anciano sin remedio. En el centro de su bíceps puedo leer en letras góticas un: "No me olvides". Es entonces cuando imagino lo que ocurrirá dentro de cincuenta o sesenta años, cuando lea el raro mensaje escrito en su pellejo y no recuerde a quién no debería olvidar. Claro que seguramente, tampoco sabrá qué carajo está haciendo en un geriátrico.
Yo crecí en un mundo sin tatuajes. Un mundo de pieles limpias, cuerpos impolutos y epidermis inéditas. Aunque eso sí, recuerdo que en aquellos tiempos había muchos más cojos y jorobados que ahora. Entonces sólo se conocían los tatuajes marítimos, los legionarios y los carcelarios.
Luego, cumplidos ya unos años, descubres que vivir es saber desprenderse y soltar lastres. Sólo queda el tatuaje porque sólo el tatuaje es indeleble y terco como un tumor.
Ya sé que hay quien vive tatuado por dentro y quien desearía tatuarnos sus creencias en el cerebro. Pero afortunadamente esos se pueden borrar.
No obstante, y a pesar de mi aparente rechazo del tatuaje, confieso que puedo incluso llegar a entender el deseo de dibujarse cosas en la propia piel. Es más, lo acepto. Lo que no acepto, no entiendo y repudio solemnemente, es que los tatuajes tengan todos ese estilo 'artístico' tan lumpen y de mal gusto. ¿Es que los diseñadores de tattoos no tienen más creatividad que dibujar mariposas, dragones, serpientes, puñales y cristos crucificados?
La tormenta de verano ha pasado. Las nécoras y el albarinho, también.
El sol vuelve a brillar con fuerza.
Mi tatuado compañero y yo, nos levantamos de la mesa y regresamos al puerto.
Mientras descendemos por las estrechas y serpenteadas calles de Peñíscola, adivino la figura de un pequeño cangrejo rojo en la nuca del muchacho que, muy bien podría ser... ¿una nécora?
El mundo, realmente, es algo extraño.