jueves, octubre 26, 2006

lo Steak Tartare


El Imperio mongol nació, creció, se consolidó y desapareció en menos de 300 años: fue el más vasto y efímero que se conoce en nuestra historia. Gengis Khan, cuyo mayor placer confesado por el mismo era vencer, humillar, torturar y matar a sus enemigos, comenzó el imperio mongol en 1211 con un puñado de jinetes pequeños, sucios y bigotudos y fué su nieto Kublai Khan, quien asestó el golpe final en 1260 con la conquista de China. Para entonces, los mongoles ya poseían Siberia, China, Persia y el Oriente Medio más Rusia, Polonia y Hungría hasta el Danubio. Un territorio demasiado vasto para ser controlado por estos cabrones con pésimas comunicaciones y regido por una arbitrariedad enloquecida. En el siglo XIV ya se había desintegrado; y en el XVII los manchús conquistaron Mongolia interior que acabó siendo colonia china, mientras la exterior lo era de Rusia.
De los egipcios nos quedan toneladas de momias y unas pirámides, de los griegos nos quedan los filósofos, Pitágoras y el teorema de Tales. De los romanos nos quedan montañas de películas de Hollywood y la tira de circos romanos. Y de todo este efímero imperio mongol de mala leche, lo único que queda ahora mismo es el steak tartare -carne cruda que los jinetes maceraban entre la silla y el espinazo del caballo durante horas de galope-. También el recuerdo confuso de que cuanto más se abarca menos se aprieta. Del segundo Gran Khan, Ogadai, se dice que le gustaba ver morir ante sus ojos por lo menos a un enemigo diario. "Si no -decía- no consigo conciliar el sueño".
Ante esta premisa hoy me he zampado pues, un steak tartare en el restaurante Piras. No lo maceran entre la silla de montar y el sudoroso caballo pero me gusta porque lo preparan con pocos 'aditivos' y la carne, aún sabe a carne cruda.

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