martes, octubre 31, 2006

El beso de sirena


Hay una poderosa liga anti-hervido de crustáceos pero la lamentación de un bogavante parece de más importancia que el temblor de la ostra bajo el limón o el tabasco. Por las ostras, “el molusco más desheredado de la naturaleza”, sin cabeza ni vista ni oído ni olfato, nadie parece quejarse.
Según Fernández-Armesto, comer ostras “constituye un evidente regreso a un mundo precivilizado”. Es una comida “au naturel”, quizá como coger moras de una zarza, nunca mejoradas por la acción del fuego. Las ostras y una ginebra excelente y finísima van bien juntas y hoy se preparan aquí y allá ostras con gin-tonic. Aun así, ni las ostras con gin-tonic ni las ostras con salchichas pueden vencer la simplicidad natural, la crudeza del sabor, el yodo en boca, el beso salobre de sirena de las ostras crudas.
Hay ostrófagos famosos, aunque hoy no tomemos más que media docena o una docena. Antes de perder el Imperio, entorpecido por sus excesos, Vitelio logró la marca de 1200 ostras, quizá no superada todavía. Mucho después, el mariscal Turgot solía estimular el apetito de antes del desayuno con un centenar; Voltaire, por su parte, no recomendaba menos de doce docenas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me has dado una idea exelente: la próxima vez que voy al sur de Francia, por ejemplo Sète, pararé mi cochecito y comeré 1 docena y media de ostras.