viernes, agosto 07, 2009

Royal de Luxe


Son las cuatro de la tarde, llevo horas conduciendo y tengo hambre. A esa hora ya no hay ningún restaurante abierto y odio malcomer en gasolineras. La temperatura exterior es de treinta y dos grados centígrados. Mientras cruzo una población sin nombre porque no me he fijado en el cartel que lo indicaba, decido desviarme a la derecha y dirigirme al centro con la esperanza de encontrar un lugar abierto donde comer mínimamente bien.

Al final de la avenida, más allá de una zona industrial, aparecen de repente los inconfundibles arcos dorados de la eme McDonald's.
Entonces me viene a la memoria la ley de los arcos dorados elaborada por Thomas Friedman, columnista del New York Times y tres veces ganador del Premio Pulitzer. La famosa ley de marras dice que no hay dos países en los que esté instalado McDonald's que se hayan declarado la guerra.
Como en Man vs Wild de la serie Ultimate Survivor, me detengo y penetro en McDonald's.
Sorprendentemente tengo que hacer cola para ordenar mi lonely lunch de hoy: una Royal de Luxe de 1/4 de libra y patatas fritas, también de Luxe. Para beber, un imponente vaso de coca cola. Hay hamburguesas más grandes, de dos pisos, pero temo que sean impracticables y prefiero evitar posibles lamparones en la camisa.
Con mi bandeja, mis cajitas de cartón no contaminante y mi gigante vaso rojo, me siento en una solitaria mesa, como hiciera Morgan Spurlock en el documental Super Size Me.
La hamburguesa, que nació en Hamburgo, fué llevada por los emigrantes a los Estados Unidos, donde los hermanos Dick y Maurice McDonal's eliminaron el plato, los cubiertos y por quince centavos la convirtieron en el icono del fast food por excelencia.
Intento abrir sin éxito el montón de pequeñas bolsitas de ketchup y mostaza que me han dado para rociar las patatas fritas, hasta que finalmente descubro el truco y me pringo los dedos.
Hay mucha polémica sobre el origen de la carne picada de la hamburguesa de McDonald's pero a mi no me importa, no tengo reparo alguno siempre y cuando sea sabrosa. Mi opinión personal es que es un poco dulce y aunque sea de vacuno, me sabe ligeramente a cordero. Mientras doy mordiscos, el pan tiende a deshincharse y la hamburguesa tiende a resbalar, lo que inevitablemente conlleva más pringue. Hay que conseguir más servilletas de papel.
Cuando termino mi Royal de Luxe, compruebo que he conseguido saciar mi apetito aunque mi mesa, es un amasijo de cajas de cartón y servilletas con ketchup.
Y es contemplando los restos del combate cuando pienso:
¿Se olvidaría Thomas Friedman en su popular ley de los arcos dorados de la guerra de las Malvinas, o de los Balcanes?

(La foto de la hamburguesa es de publicidad. Nada tiene que ver con la que me he comido)

2 comentarios:

lalodelce dijo...

Arg, arg, arg! He tratado de comentar por horas … mi computador se confabuló con el fracaso. Pero no por mucho tiempo.

Abulafia tiene razón, la hamburguesa, la coca-cola y las papas fritas le gustan casi a todos los niños, los adultos de vez en cuando enganchamos. El problema tanto para niños como para adultos es cuando no se come otra cosa o sólo se comen cosas similares aunque estén preparadas en casa. Chatarra hay hasta “homemade”.

Ahora bien, si a mí me dan una “Royal Deluxe” me la como entera sólo por el nombre. Ese título es un eufemismo para decir super grande y grasienta. Qué bien nos conocen los del negocio de marketing!

En la casa de la McDonald’s no hay tal “Royal Deluxe”, será porque saben que sus clientes no saben lo que es Royal y menos Deluxe. Eso sí, tenemos “Super Size It” por doquier. Eso lo entienden … y lo compran, o sea Deluxe.

Pringue más pringue más montones de basura. De vez en cuando hay que subsistir, verdad Joanet? … Claro que comprendiendo que la subsistencia es entendida de diferente forma dependiendo de las circunstancias.

pescado del dia dijo...

La lujosa McRoyal deLuxe sí que existe en España Lalo.
Será que por esas tierras somos monárquicos y nos chiflamos por el auténtico semilujo. Dicen que a las burguer, todas esas famosas cadenas del fast food, le añaden bastante azúcar. Por eso gusta a los niños.

Aquí a la papa la llamamos patata. Aunque preferiría llamarlas papas. Suena mejor. The Papas and the Mamas.
Ya ves, Lalo. Ultimamente mis 'lonely' so son nada del otro mundo ¿será la crisis?