domingo, agosto 16, 2009

Los peces tienen memoria



De entre miles, eclosionáste para vivir, porque eso de nacer, es cosa de mamíferos. Aunque tu sangre no es caliente, ocurrió un tibio día de abril y desde aquél instante supiste, que tu mundo era azul. Insignificante o baladí, del infinito mar vino tu asombro. Al contrario que tus hermanos, permaneciste siempre cerca de la gran roca madre, porque ellos más osados, fueron devorados rápidamente por grandes y audaces criaturas. Fiel al instinto escrito en tu memoria biológica, la perfeccionaste con nuevas y sorprendentes experiencias. Aprendíste a saciar el irresistible apetito adivinando suculentos seres más diminutos, también a escapar ráudo, a esconderte y a camuflarte entre algas pardas o acroporas de arrecife. Por eso conseguiste sobrevivir. Entonces tu espina dorsal se hizo fuerte y flexible, que junto las poderosas aletas pectorales, te facultaron para navegar velozmente, lanzarte al gran abismo y capturar presas cada vez mayores y nutrientes. En tus dos costados aparecieron tres vistosas manchas negras que tus depredadores creyeron ojos. En aquél momento supiste que ya eras adulto. Tu memoria biológica fue menguando gradualmente, confiando más en tu propio instinto, aunque ésta resurgía con intensidad cuando buscabas con ardor, hembra con quien aparearte. Durante un solsticio de verano te aventuraste en aguas poco profundas, cerca de la costa, rica en cefalópodos. Fue allí, cerca de la prohibida superfície, perforada por caprichosos y oblícuos rayos de sol, donde viste cruzar por primera vez, grandes y ruidosas criaturas opacas. Y fue siguiendo el torbellino de la estela de una ruidosa criatura, que repentinamente apareció un colorido y excitante manjar. Supiste como actuar. Nadaste velozmente hacia él y con orgullo de depredador experimentado, lo atrapaste por detrás. De un bocado. Al instante hubo un fuerte tirón y un insoportable dolor. Una fuerza descomunal te estaba arrastrando. Luchaste valientemente al principio y desesperadamente al final de tus fuerzas. Pero fue inútil. Fueron instantes dramáticos que se volvieron eternos. Luego, se hizo el silencio y el universo pareció detenerse. Otro tirón te arrancó de la superficie y una deslumbrante luz blanca cegó tus ojos y tu cuerpo pareció arder. El mundo azul había desaparecido y sólo percibiste un incomprensible fragor. Intentáste respirar con desespero pero el agua ya no fluía por las branquias. Mientras agonizabas, azules escenas de tu vida pasaron velozmente por tu mente: desde la gran roca madre hasta infinitos abismos del mar adentro repletos de criaturas, unas para comer y otras para huir de ellas. Entonces, te desvaneciste lentamente hasta morir, sin entender lo que había sucedido.
Desde este instante ya han transcurrido ocho horas. Unas expertas manos te han desescamado, te han desprovisto de la aleta dorsal, de las pectorales y tu cabeza se ha seccionado a la altura de las branquias. Una sabia incisión perpendicular cerca de la aleta caudal ha permitido al cocinero, arrancar con cuidado la piel de tu cuerpo, dejando visible tu hermosa y sonrosada carne. Un afiladísimo cuchillo de 21 centímetros de hoja con mango de madera hinoki, ha cortado, paralelamente a la espina dorsal, dos limpios filetes. Uno de cada costado del cuerpo. De estos, ha seccionado con milimétrica precisión, pequeñas láminas exactamente iguales y las ha colocado estéticamente en una pequeña bandeja cerámica, adornada con algas wakame, perejil y katsuramuki de nabo.

El suculento sashimi de palometa, ha llegado al fin a mi mesa. Aquí en tierra seca, más allá de la prohibida superficie, a la palometa también la llamamos japuta.
Mientras saboreo lentamente el delicado manjar, se me ocurre una historia.
Porque no tengo ninguna duda. Estoy convencido que los peces, tienen muy buena memoria.

1 comentario:

lalodelce dijo...

Ouch! ... Sashimi para uno?

Hace bien Abulafia en llamarte "endiablado", capitán, porque este post está que arde. Buenísimo!

Mas bien que no hay sirenas.