Hay un placer solitario, exquisito y sublime después de comer, al cual yo he renunciado desde hace quince años: fumar.
Prohibido.
Mata.
Cáncer.
Veneno.
Molesta.
No se admite.
Salud pública.
Vicio.
Contaminación.
Drogadicción.
Dependencia física...
¿Fumador o no fumador?
Si dices fumador, estás perdido. Eres un proscrito y te sentarás en la peor mesa.
Mientras preparo el regreso a mi lejana Ítaca y estoy comiendo en un rústico restaurante del puerto de Ajaccio, tengo una revelación: al lado de mi solitaria mesa, hay un animado almuerzo con una docena de veteranos hombres de la mar. Su media de edad ronda los setenta años. Hablan en corso y no consigo entender nada, aunque adivino que se trata de una comida muy habitual. Como en el local no está permitido fumar, en un determinado momento, los viejos marineros se levantan uno a uno y salen a la calle para fumarse un pitillo. Es sin duda, su pitillo after lunch de placer.
En ese instante y después de quince años de abstinencia, siento envidia.
Cuando yo era niño, los héroes y heroínas hollywoodienses fumaban casi todos y siempre consideré más atractivos a los actores que fumaban, de los que no. Ellos no sólo nos enseñaron como fumar un cigarrillo con clase, sino como encenderlo o como encendérselo a la chica de ojos entornados.
Ahora y mientras los viejos marineros apuran su pitillo en la puerta del restaurante, me vienen a la memória Clark Gable, Humphrey Bogart, Gary Cooper, Spencer Tracey, Joan Crawford, John Wayne, Steve McQueen o Batte Davis. Aunque se dice que todos ellos cobraban fortunas por parte de las corporaciones tabacaleras para promocionar el consumo de cigarrillos a los de mi generación, también es evidente que dichas fortunas no impidieron que muchos de ellos murieran de cáncer.
También vienen a mi memoria varios de mis héroes literarios que la palmaron por fumar: Antonio Machado (enfermedad pulmonar crónica), Terenci Moix (enfisema) y Manuel Vázquez Montalbán (infarto agudo de miocardio). Los tres murieron a causa de las complicaciones derivadas de su inveterado hábito tabáquico y todos ellos fueron siempre conscientes de los perjuicios que les ocasionaba tal adicción.
El mismo Manuel Vázquez Montalbán advertía que fumar es un acto de suicidio y de resurección a la vez.
Evoco los años cincuenta cuando Sarita Montiel, dejaba escapar nubecitas de humo de su boca mientras cantaba aquello de... fumar es un placer genial, sensual...
Si, fumar es ante todo un placer. Que como todo placer tiende a la adicción.
Creo que el concepto placer viene siempre y cuando tengamos la mínima lucidez para querer que venga, si poseemos este placer y ejercemos su manejo, situándolo en el contexto de una situación placentera y voluntariamente agradable.
Si por el contrario, prendemos un cigarrillo tras otro sin siquiera apreciar su aroma y sabor, fumando subrepticiamente en un pasillo debido a la prohibición imperante, o si prendemos nuestro tabaco con sentimiento de culpa por el futuro e inevitable cáncer de pulmón, está fuera de toda duda que con semejante sintonía, el placer no acudirá a la cita.
Esto, si hablamos de la vida. Porque si de lo que hablamos es de dejar de vivir, el tabaco también es un medio tan eficaz como cualquier otro.
Fernando Ortiz escribió aquello de que "El tabaco tuvo siempre arrogancia: fue gala de conquistadores de indias, luego camarada de navegantes en sus travesías del mar, de soldados veteranos en remotas guerras, de indianos enriquecidos, de magnates infatuados, de negociantes opulentos y llegó a ser estímulo y signo de todo hombre capaz de comprarse un goce individual y de ostentarlo retadoramente contra los convencionalismos sofrenadores del placer."
Y es en este contexto, en plena persecución fundamentalista del placer del fumar, mientras mis abuelos marineros regresan para continuar su apacible sobremesa, que después de quince años, decido volver a fumar.
Eso sí, esta vez, por puro placer.
Mientras pienso en el regreso a mi lejana Ítaca, me levanto de la mesa, llego hasta mis viejos marineros y les pido que me inviten a un cigarrillo.
Naturalmente me lo fumaré en la calle, para no molestar a nadie.